viernes, 6 de noviembre de 2009

¿Calentamiento global o panfleto total?


Conviene aclarar que "efecto invernadero" hubo siempre y es gracias al mismo que la vida es posible en la superficie terrestre, dado que de no existir tal mecanismo de retención de radiaciones, la temperatura global sería de – 18 grados cuando el promedio vigente desde que hay actividad biológica es de + 15°.

A esta altura de los acontecimientos, habida cuenta de la sumatoria de estadísticas meteorológicas, evidencias climatológicas y geográficas de diversa índole disponibles, sería absurdo ignorar que la Tierra está sufriendo cambios de trascendencia en su medio natural, los cuales son atribuidos, en primer lugar, al incremento continuado de la temperatura ambiental, fenómeno que viene siendo
monitoreado con lógica preocupación por parte de instituciones científicas especializadas en la materia.

Frente a este preocupante estado de situación, es sensato que los poderes públicos, los organismos multinacionales y las organizaciones sociales se aboquen con premura a definir medidas para contrarrestar los efectos nocivos que pueden esperarse de dicha tendencia, la que, como es de presumir, tendrá graves consecuencias para todos los habitantes del planeta. La frecuencia con que se manifiestan últimamente diversos cataclismos naturales (inundaciones de magnitud, huracanes de gran virulencia, desertificación de vastas regiones, temperaturas extremas, aumento del nivel de los mares, deshielo de los casquetes polares, etc.), al ser atribuidos al ritmo ascendente del termómetro, han puesto en estado de alerta a la sociedad global y a sus instituciones representativas.

Sin embargo, cabe señalar que más allá de la voluntad positiva y de la capacidad de decisión que se invierta en atender este crucial problema, será imposible definir estrategias adecuadas para combatir el fenómeno si antes no se obtiene un diagnóstico correcto, científicamente fundado, de las causas que en concreto provocan el aumento sostenido de la temperatura de la atmósfera terráquea.

La teoría del "efecto invernadero", que llevó a un conjunto de países a refrendar el Protocolo de Kyoto una década atrás, sostiene que la causa del desquiciamiento climático en ciernes radicaría en la mayor emisión de dióxido de carbono generada por el uso de combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas natural), acicateado por la ascendente actividad económica y los estilos de consumo propios de la vida moderna, especialmente de los países de mayor grado de desarrollo industrial. Este proceso estaría modificando rápidamente la composición gaseosa de las capas superiores de la atmósfera que perderían, en forma paulatina, la permeabilidad necesaria para facilitar el rebote hacia el espacio exterior de la radiación solar que ingresa a la Tierra, templándola. Al engrosarse la banda cenital estratosférica por la presencia masiva de los gases de la combustión, la intensa actividad calórica proveniente del Sol quedaría atrapada en el entorno del planeta y así subiría la temperatura en forma progresiva.

Conviene aclarar que "efecto invernadero" hubo siempre y es gracias al mismo que la vida es posible en la superficie terrestre, dado que de no existir tal mecanismo de retención de radiaciones, la temperatura global sería de – 18 grados cuando el promedio vigente desde que hay actividad biológica es de + 15°. Es decir, que los 33 grados de diferencia son un efecto benigno del comportamiento de los gases que genera la propia naturaleza, tanto el CO2 ya mencionado, el metano y el vapor de agua, entre otros. La novedad estaría en que se habría detectado que, por efecto de la fuerte concentración gaseosa que estaría produciéndose en la actualidad, la renovación de los rayos solares sería más lenta y parcial, provocando el calentamiento general que tanto inquieta.

Esta interpretación fenoménica que es aceptada sin discusión en determinados cenáculos académicos, en las comisiones específicas de Naciones Unidas y, en particular, entre las agrupaciones ecologistas; que es difundida asiduamente por los medios de comunicación (con gráficos e infogramas a todo color) y repetida con entusiasmo en los diferentes ámbitos políticos del mundo, aún no ha sido demostrada de manera fehaciente.

Por el contrario, existen severos cuestionamientos a la misma, a saber: un núcleo de científicos de fuste sostiene que el argumento principal es endeble en términos epistemológicos, es decir, en cuanto a la metodología empleada para arribar a las conclusiones; otros afirman que la base de datos experimental da resultados contradictorios cuando se comparan isotermas de períodos prolongados de tiempo; además, el diagnóstico sería inverosímil si se coteja el volumen presunto de emisión de gases hostiles con la escala de desenvolvimiento natural del sistema planetario en su conjunto. Finalmente, también se cuestiona la confiabilidad de las proyecciones prospectivas realizadas con modelos informáticos, en la medida en que el meteorológico, escenario de todas las simulaciones realizadas, es uno de los sistemas más caóticos e imprevisibles hasta ahora conocidos.

A pesar de todas las objeciones y refutaciones, no obstante haber sospechas de que la hipótesis se pueda tratar de un mero (y monumental) sofisma, la explicación del calentamiento global por medio del efecto invernadero, provocado por la actividad humana, hoy constituye el "pensamiento único" sobre el tema en buena parte del mundo. Cabe acotar aquí que, más allá de las debilidades atribuidas al planteo en sí mismo, hay que reconocer que esta teoría se ha ganado -por mérito propio, diría- la popularidad de la que goza actualmente. Es que la idea, sea razonable o descabellada, ofrece una "interesante" particularidad, en especial para los dirigentes políticos y sociales que actúan en pos de motivaciones demagógicas.

En efecto, poder atribuir la culpa del fenómeno climático a las "grandes potencias" representa una interesante oportunidad para quienes han hecho de la confrontación con las sociedades desarrolladas su principal objetivo. Por ello, una formulación que afirme que "los malos" que están envenenando el planeta son los países ricos, las grandes corporaciones económicas y los gobiernos del hemisferio norte, le viene como anillo al dedo al populismo "antiimperialista", a los jirones de cierta izquierda resentida y a buena parte de las agrupaciones ecologistas, influenciadas por quienes predican en contra de las empresas, de las industrias, de la sociedad de consumo, de la democracia burguesa, del capitalismo, etcétera. De esta manera, la tesis resultante del discurso ambientalista termina siendo "políticamente correcta" y de rotundos efectos propagandísticos: "el progreso material y el éxito económico van a acabar con la humanidad"; o bien, "el sistema vigente es enemigo de la ecología"; o bien, "el capitalismo está destruyendo el planeta".

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